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lunes, 8 de diciembre de 2014

Estaba escuchando esa canción

Aunque la temperatura bajó repentinamente ya no tengo frío, mis emociones están desbordadas, estoy fuera de mi cuerpo y sigo ahí entre los arboles que miro a través del vidrio; los huesos poco a poco empiezan a entibiarse, así como el corazón mientras medito acerca de lo que hubiese sucedido de haber estado ahí afuera una hora más. Sé que sigo muy emocionado y pudiera estar exagerando acerca de las condiciones a las que estábamos expuestos pues es un hecho que tenemos cuerpos fuertes por los entrenamientos y la fuerza de voluntad que nos caracteriza, y que podemos soportar correr durante horas sin parar, aunque resulte inconcebible para quien nunca ha corrido como actividad recreativa, pero el factor sorpresa puede causar que las fuerzas físicas se vean comprometidas por sentimientos de miedo o duda. Y aquí sigo frente a este vidrio en un espacio que me ofrece un calor reconfortante, pensando en la probabilidad de que la aventura hubiere sido opacada por la tragedia. Acabo de pasar a la cabaña que tiene calefacción, me quité toda la arena de los pies, a oscuras porque se están iluminando con velas, yo sigo en mis pensamientos, ausente, perdido entre emociones y sentimientos, ya no tengo frío, estoy feliz y muy emocionado aunque entre susurros escucho gritos, los ya llegaron que se atropellan con los están bien y son los últimos, más susurros que gritan que nos fueron a buscar, unos de llamadas a celular y otros tantos que reclaman y pelean, luego los mismos susurros se convierten en carcajadas de euforia y camaradería, otro susurro más en el que escucho mi nombre. Salgo del baño, descalzo de un pie, las velas que iluminan el espacio crean un ambiente de ensueño y se acerca alguien, una mujer, dos mujeres, hay un felicidades, un lo hiciste bien en tu cumpleaños, un compartes las fotos, que buena actitud tienes, ojalá vuelvas a participar, y luego escucho otro susurro que grita ya se van. Salgo al frío, con un pie sintiendo el pasto helado y empiezo a tiritar, aunque no siento frío. En la camioneta está mi chamarra, termino de tirar la arena de mis tenis y me visto con todas las prendas que traigo. No es tiempo para bromas, ya no. Yo estoy tan contento de estar aquí, vivo. Mis ojos quieren reventar en llanto, de alegría, de agradecimiento, de miedo, de frío, pero no pueden. Veo hacia la oscuridad de los árboles y las sombras que aparecen por las luces de los autos, cuando las imágenes del ascenso sobre la roca me inundan de fortaleza, la sensación de libertad aparece al deslizarme por la arena, el dolor en las manos me recuerda la impotencia al resbalar tres veces y caer sobre mi espalda, la alerta de peligro se activa debido a los dos chicos que nos iban siguiendo y que no participaron en nuestro evento y en su actitud yo percibiera que se estaban escondiendo; y entre estos recuerdos se iluminan como puntos de luz, los eventos que considero fortuitos para que esta aventura fuera perfecta, desde que incluye a las personas correctas que nos guiaron, que se esforzaron, que se entregaron para que estuviéramos unidos, como a los espíritus favorables de la naturaleza que nos permitieron tener un clima perfecto y coincidir el arribo a nuestra meta final, en el momento exacto de la puesta de sol, y es por eso que ahora siento tanto frío en las manos y tanto calor en el corazón, mientras agradezco haber vivido una experiencia como las que leí en mis libros de correr, y ahora veo reflejado en este vidrio al excelente grupo que me acompaña, el que iba en la avanzada, la que tiene la experiencia de la montaña, la que tiene un espíritu guerrero y el que se encargó de cuidarnos, las lágrimas ya corren por mis ojos, la música me relaja y deja fluir mis pensamientos, gracias equipo digo para mis adentros cuando alguien me pregunta la razón de mi silencio. Pero es que no estoy en silencio, mi alma está gritando que ama la vida, mis ojos están llorando de felicidad y lo único que logro responder es que estaba escuchando esa canción.