Le miro a los ojos y ahí está. La muerte, inevitable. -Había escuchado de ti -le susurro-, aunque jamás había tenido el honor de conocerte. Luego le ruego que mitigue nuestro dolor, que calme esta desesperación, que me perdone si antes le ofendí, que me entrego entero a su deseo, sin reclamar nada. Y la vida y la muerte convivieron en la eternidad. Lloré, sonreí, viví y morí... Todo en divina comunión. Gracias por mi humanidad.